Conocí a Alex en el fondeo de Cambombia en Abril del 2023, cuando estuvimos navegando con el catamarán de Eric en San Blas. Alex es español y lleva navegando desde bien pequeño.

Aquel día en Cambombia charlamos durante cinco minutos y me guardé su numero de teléfono. Al igual que muchos de los que llegan hasta San Blas, Alex es un apasionado del mar. En España era patrón de catamaranes y muchas veces lo han contratado como Capitán en diferentes tipos de embarcaciones. Eso yo no lo sabía cuando me puse en contacto con él para proponerle que me acompañará en la travesía de Antigua a Panamá.

No tengo duda que la elección de Alex ha sido la mejor decisión tomada durante el mes más intenso de mi vida.

Quedé con él el 17 de Junio en el Antigua Yacht Club. Él llegó a las 11:00h de la mañana y tras tomarnos una cervecita nos fuimos a realizar el zarpe de Antigua. El broker que me vendió el catamarán nos ayudaría con el papeleo.

Alex y yo en el Antigua Yacht Club.

A las 13:00 ya teníamos el zarpe y los pasaportes sellados. Teníamos 24 horas para abandonar Antigua.

Esa misma tarde subimos el dinghy a bordo y tras explicarle cuatro cosas básicas sobre el barco, levamos ancla y nos fuimos de Antigua. Como ya estaba anocheciendo, decidimos fondear en una bahía al sudoeste de la isla. La misma Bahía en la que estuvimos disfrutando con Sara y Mia del Hotel Carlisse Bay hacía casi 5 años.

Dinghy amarrado para la travesía.

Al día siguiente, cuando empezaba a amanecer, desayunamos y recogimos el ancla para iniciar nuestra pequeña singladura de más de 1000 millas y lo que pensábamos que serían entre 8 y 9 días de navegación.

La previsión era buena. Un huracán se estaba formando en el centro del Atlantico y tenía previsto llegar a Antigua 5 días después. Esto, aunque puede sonar preocupante, nos benefició en nuestra travesía. Los vientes en el Caribe disminuyeron gracias a la depresión del Atlantico y los 30 nudos que normalmente soplan en el Cabo de la Vela disminuyeron a 20.

Una tormenta tropical se acerca a Antigua.

La realidad es que la travesía de Este a Oeste en el Caribe esta catalogada como una travesía sencilla, a excepción del cruce del Cabo de la Vela, que es donde se suelen formar grandes olas debido a los fuertes vientos Aliseos que se encañonan cerca de la península de La Guaira. Son vientos portantes y como se suele decir, si lanzas una botella en cualquier isla del Caribe, acabará llegando a Panamá.

El catamarán esta equipado, además de con varias velas para vientos fuertes, con un asimétrico para vientos ligeros. Lógicamente, no tuve tiempo ni de sacarlo del tambucho la semana anterior, tenía cosas mas urgentes que realizar, por lo que no sabía cual era su estado. Para los no entendidos, el Spinnaker es esa vela enorme que los veleros despliegan en las regatas y que se utiliza para vientos portantes.

Navegando con el Spinnaker.

Tras salir de Antigua desplegamos el génova y nos movíamos a unos razonables 4 nudos, dado el poco viento que hacía. Pero no era suficiente si queríamos llegar a Panamá antes del 29 de Junio, que era la fecha marcada por Alex para estar en la marina. Así que un par de horas después ya teníamos desplegado el Spinnaker.

Con el Spinnaker fuera, la velocidad incrementó un par de nudos, el NÏU se movía muy estable y teníamos una navegación muy cómoda. Cada cual empezaba a buscar sus rincones en el barco para pasar las horas de la larga travesía de 9 días.

Tomando posiciones en el NÏU.

La norma no escrita dice que por las noches hay que bajar el Spinnaker y volver a sacar el génova para no tener problemas en las guardias. Dicha norma solo la cumplimos la primera noche. La segunda noche y viendo que el viento se mantenía estable sobre los 15 nudos (es una estimación puesto que el catamarán no dispone de anemómetro para medir la velocidad del viento) decidimos dejar el Spinnaker arriba y estar preparados para cualquier imprevisto que pudiese surgir durante la noche. No tuvimos ningún problema con el Spinnaker durante toda la travesía. Y gracias a él pudimos completar la singladura en tan solo 9 días.

El catamarán tiene 4 paneles solares que parecen ser de 100W cada uno sobre la cubierta rígida y 4 más flexibles sobre el bimini. Los paneles flexibles no funcionan y los 4 paneles rígidos funcionaban antes de salir de Antigua, pero el regulador de carga dejó de funcionar el mismo día que salíamos, por lo que durante la travesía nos tocaba cargar baterías con el alternador del motor y con el generador para mantener la nevera y el piloto automático funcionando.

En una de las revisiones del motor de estribor, nos dimos cuenta que el manguito por donde circula el líquido refrigerante del motor perdía líquido. Ya tuve el mismo problema cuando realice la prueba de mar en Antigua unos días antes. En esa ocasión puse cinta autovulcanizante sobre la goma y pensaba que aguantaría. No fue así, el calor había derretido todo el vulcanizante. Decidimos volver a desmontar la goma y aplicar un poco de Sika donde estaba el corte y volver a precintar bien con cinta americana la zona donde habíamos aplicado la Sika. Afortunadamente, este apaño sí que aguantó toda la travesía hasta Panamá.

Goma del circuito refrigerante.

Pero las dudas empezaban a rondar de nuevo mi mente. ¿Que más cosas se iban a romper durante la travesía? ¿había hecho una buena compra? o ¿pondría a la venta el catamarán nada mas llegar a Panamá? Volvía a mi mente la montaña rusa de emociones.

Sin paneles solares operativos, sin anemómetro, sin radio VHF, lo único que funcionaba perfectamente era el piloto automático, una de las piezas fundamentales del barco para este tipo de travesías.

Pero lo peor estaba por llegar, durante la tercera noche y con el Spinnaker sacado fuera decidimos que esa noche los dos dormiríamos en la bañera, de esta forma, si surgía algún problema, podíamos reaccionar a tiempo.

El viento empezó a soplar fuerte a partir de las 10 y a las 12 de la noche ya teníamos formado un mar enorme y nos movíamos entre 9 y 11 nudos. Demasiada velocidad para navegar de noche. Justo en ese momento decidimos bajar el Spinnaker y sacar el génova. Fue la mejor decisión tomada porque justo una hora después el piloto automático dejó de funcionar con fuertes rachas de viento y grandes olas y al instante nos quedamos cruzados a la mar. Si hubiésemos tenido el Spinnaker arriba posiblemente hubiésemos desgarrado toda la vela o incluso roto algún cable de la jarcia.

Velocidad del NÏU.

Tuvimos unos minutos de mucha tensión en los que no sabíamos que estaba ocurriendo. El piloto automático no funcionaba, estábamos cruzados a la mar y parecía que la rueda tampoco reaccionaba. El génova empezó a dar golpes contra las crucetas y Alex no tardo en enrollarlo dejandolo solo la mitad. La rueda del timón no funcionaba y yo me dispuse a sacar la caña de respeto. Pero al momento vimos que la rueda si que reaccionaba, lo que ocurría es que habíamos perdido toda la arrancada y no eramos capaces de gobernar el barco, además, la rueda del NÏU va tan fina que parece que los cables se hayan partido.

El NÏU navegando con bandera americana.

Dos o tres minutos después del susto inicial ya teníamos el barco controlado y volvíamos a navegar a rumbo. Pero en ese momento escuchamos un fuerte golpe en la parte de atrás de la rueda del timón. Corriendo voy a ver que es lo que había pasado y descubro que el engranaje y la cadena del piloto estaban en el suelo.

El barco se estaba cayendo a pedazos y nos acabábamos de quedar sin piloto automático. De noche y con un mar formado que hacían balancearse el catamarán de un lado a otro. Alex a la rueda llevaba el barco a rumbo y yo no daba crédito de lo que estaba ocurriendo. Los problemas más graves siempre ocurren de noche.

La cadena estaba entera, no se había roto ningún eslabón. Eso nos dio algo de esperanza. Yo me puse a llevar el barco y Alex se puso a investigar que es lo que había ocurrido. Al minuto me dice: “tranquilo que esto lo arreglamos”. Sin duda, tenía a bordo al mejor fichaje para esta travesía.

Una rosca que sujetaba el engranaje al eje del timón se había soltado y se había caído la cadena junto con la rosca y la chaveta que une el engranaje al eje del timón.

Todo esto ocurrió a la una de la madrugada y estuvimos trabajando para solucionar el problema hasta las cinco de la mañana. Cuatro horas en las que gran parte de ellas estuvimos buscando las pequeñas piezas que se caían detrás de cables y tubos en la zona del cuadro eléctrico del barco. Montar un piloto automático en tierra ya es de por si complicado. Montarlo de noche y navegando con grandes olas complica la tarea por diez. Para montar la chaveta y poner la rosca la rueda tiene que estar completamente quieta. Pero si mantenemos quieto el timón, el barco se cruza a la mar y el génova empieza a dar golpes. La situación era tal que así. Alex chillaba desde el otro lado del barco: “¡Quieto ahora!” y yo al cabo de 20 segundos… “¡Alex, nos estamos cruzando a las olas, tengo que utilizar la rueda y ponerme a rumbo!”. Así estuvimos unos 10 intentos pero la chaveta no terminaba de entrar… Al final, le tocó desmontar el piloto completo y volver a montarlo de cero para que todo encajara. A las 5 de la mañana, cuando ya empezaba a amanecer, teníamos de nuevo el piloto funcionando y con el génova desplegado, volvíamos a navegar rumbo a Panamá. Estábamos agotados, así que decidimos pasar lo que quedaba de mañana durmiendo. Fueron 4 horas angustiosas pero con la certeza de que el problema lo íbamos a solucionar.

Los siguientes días no tuvimos ningún problema con el piloto automático. Pero aun así, decidimos poner Sika en el engranaje para fijar bien la pieza y que no volviese a caer en el peor momento.

Sika en el engranaje del piloto.

Los días transcurrían sin mayor novedad. Desde Panamá, Anabel y Juan, nos iban informando de la meteorología para los próximos días y nos informaban que para los dos últimos días el viento caía y nos tocaría encender motores.

Aperitivo en el NÏU.

Pero los motores eran mi mayor preocupación. Después de lo que había ocurrido en Antigua no confiaba mucho en ellos. Un motor del año 1998 que aunque sonaba bastante bien, las piezas estaban algo oxidadas y podían partirse, como ocurrió con una abrazadera antes de salir de Antigua. Y el otro motor del año 2018, que me daba más confianza, tenía la correa de la bomba de agua a punto de partirse.

Con la duda rondando mi cabeza y con un día de lluvia intensa, nos fuimos acercando hasta la marina de Linton Bay en Panamá. Finalmente llegamos a las 4 de la mañana a la marina y Alex amarró el catamarán justo al lado de su velero. Terminaba nuestra travesía de 9 días en las que fueron surgiendo diferentes problemas pero que afortunadamente todos pudieron ser solucionados.

Una vez llegamos a la marina, mis dudas se fueron disipando y mi montaña rusa de emociones se calmó totalmente. Volvía a tener la certeza de que había hecho una buena compra en Antigua y que teníamos el barco perfecto para disfrutar de San Blas en Panamá y para nuestros futuros planes de cruzar el canal y navegar por las islas del Pacifico.

Sin duda, agradecer a Alex por haber venido hasta Antigua y ayudarme a llevar el catamarán hasta Panamá. No tengo duda de que de haber realizado la travesía en solitario, hubiese sido una autentica pesadilla. El piloto automático es fundamental en este tipo de travesías y una rotura significa estar las 24 horas a la rueda con lo que esto significa.

Ahora toca revisar y probar el barco navegando por San Blas y poco a poco ir reparando y acondicionando el catamarán a nuestro gusto. Nos quedan meses intensos pero volvemos a estar todos juntos en familia en nuestro nuevo hogar.

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