Hace una semana que llegamos a la marina de Valencia. Una semana de adaptación a la vida terrícola. Una vida que no habría cambiado mucho si no hubiese sido por culpa del coronavirus.
Sin duda lo que mas me está afectando estos primeros días es ver a toda la gente por la calle y en los comercios con mascarillas. La gente ya está acostumbrada. Yo no termino de acostumbrarme.
Nuestra realidad en Panamá era totalmente diferente. En San Blas no necesitábamos mascarillas y en la marina de Linton antes de zarpar prácticamente nadie la llevaba, para mí ha sido un shock regresar a esta nueva normalidad.
A parte de eso, la adaptación a la vida anterior está siendo más rápida de lo esperado. Los dos primeros días cuando dejaba los platos en la pila de la cocina me daba por buscar con el pie la bomba de agua salada para enjuagar los platos. También se me hacia raro tirar los restos orgánicos a la basura. Los grifos los abría para gastar el mínimo de agua. En el WC el primer día buscaba la bomba de achique y tb se me hacía raro tirar el papel al retrete… Y no te digo la experiencia de entrar a un Mercadona después de estar 7 meses en San Blas recibiendo la compra a través de las pangas de los Guna Yala.
La mayoría de conocidos con los que me he cruzado se interesan por mi travesía y me preguntan que ha sido lo más duro y si he sentido miedo en algún momento. Es difícil tratar de explicar en una conversación de pocos minutos lo que ha sido una travesía de más de 50 días donde hemos tenido de todo. Dudo que alguien que no esté acostumbrado a navegar en velero se pueda llegar a hacer una idea de lo que significa estar encerrado en un barco en movimiento constante durante los 50 días que ha durado nuestra travesía.
Sin duda, una de las variables que más han influido en esta travesía ha sido la situación de pandemia mundial del coronavirus. Todos los países que nos íbamos encontrando durante la travesía tenían sus fronteras cerradas. Jamaica no permitía la entrada de ninguna embarcación de recreo en el país. Lo mismo ocurría con Cuba. Afortunadamente Bahamas si que creó un programa para poder navegar y fondear en sus aguas previa solicitud de autorización. Nosotros pudimos acogernos al safe passage program de Bahamas y pudimos fondear 3 noches en el país y repostar antes de zarpar. Pero no nos autorizaron ni a bajar a tierra ni a comprar provisiones, ni siquiera nos autorizaron a dejar la basura que llevábamos acumulada desde Panamá.
La travesía hubiese sido totalmente distinta si la pudiésemos haber hecho por etapas. Panamá – Jamaica, Jamaica – Bahamas, Bahamas – Bermudas, Bermudas – Azores y de Azores a la Península. Todo hubiese sido mucho más fácil. Pero que sentido tenía parar en Bermudas si no te dejaban bajar a tierra e íbamos a ser tratados casi como terroristas?. O en Jamaica, o en Cuba. Sin duda ha sido un grado de dificultad añadido que sabíamos que nos íbamos a encontrar en el camino.
A esto tenemos que añadir los preparativos y aprovisionamientos que se deben realizar previos a una travesía de estas características. En nuestro caso tuvimos 10 días para aprovisionarnos y dejar el barco a punto. Desde el 2 de Mayo que fue cuando recibimos la noticia de que Maria y las nenas tenían plaza en el vuelo humanitario, al día 12 que salimos de la marina de Linton. Una auténtica locura si lo comparamos con los preparativos de la travesía de este a oeste cuando llevábamos preparando el cruce del atlántico durante meses.
Zarpamos de Panama con la balsa salvavidas sin pasar la revisión desde hacía más de un año, lo mismo con la radiobaliza, con las bengalas caducadas y seguro que había algo más por ahí que no cumplía la normativa o estaba pendiente de revisión. Algo impensable si hubiese sido nuestro primer cruce del atlántico.
Pero no teníamos opción. Panamá estaba cerrado. Las tiendas náuticas no ofrecían ningún tipo de servicio. No enviaban repuestos a las marinas, además se necesitaban salvoconductos para circular por dentro del país. Teníamos que zarpar con lo que hubiese en el barco.
Afortunadamente el Saramia siempre ha estado a punto para navegar grandes distancias. Los desperfectos que han ido surgiendo desde que salimos de España los hemos ido solventando tan pronto sucedían y gracias a eso el barco estaba casi al 100%.
La balsa, la radiobaliza y las bengalas no estaban al día simplemente porque nuestra idea era dejar el barco en Panamá y seguir navegando por Guna Yala al año siguiente. Pero los acontecimientos se desarrollaron de forma tan rápida que casi no nos dio tiempo a asimilar la locura que íbamos a realizar Jota y yo. Evidentemente sabíamos antes de zarpar que estos elementos de seguridad no cumplían la normativa española. Pero sabíamos que las probabilidades de utilizar cualquiera de estos elementos era muy baja y el riego de que no funcionasen por no haber pasado la revisión a tiempo era todavía más baja.
A la gente le gusta comparar. Es inevitable. Los que no entienden de navegación intentan hacerse una idea de lo que puede llegar a ser una travesía de estas características. Y yo lo estoy tratando de explicar de la siguiente forma:
Podríamos decir que el cruce del Atlántico de este a oeste es como realizar una maratón en una ciudad sin desniveles como puede ser Madrid o Valencia. Debes estar preparado mental y físicamente. No todo el mundo está listo para realizar una maratón. Pero sin embargo en Valencia la maratón es bastante predecible, si has ido preparado sabes que la terminarás en 3, 4 o 5 horas dependiendo de tu experiencia y de tu preparación física. Sin embargo el cruce del atlántico Norte, de oeste a este es como realizar un maratón de montaña. No sabes lo que te vas a encontrar. Hay subidas, bajadas, borrascas, encalmadas, momentos duros y muy duros, es impredecible. Si tienes la suerte de que el anticiclón esté establecido en las Azores tienes la autopista directa a la península, pero si como nos ocurrió a nosotros, el anticiclón ni estaba ni se le esperaba te toca subir y bajar como si de una montaña rusa se tratará. Esta es para mi una buena comparación de lo que viene siendo un cruce del atlántico de este a oeste y viceversa.
En nuestro caso además tuvimos que remontar el mar Caribe. Hay que sumarle de 5 a 7 días de ceñida. De tratar de ganar este cueste lo que cueste. Esos 5 primeros días de travesía fueron realmente agotadores, pero era el principio de nuestra aventura y estábamos a tope de energía.
Alguien me comentó que lo más difícil era salir de la hoya del caribe, y en principio así tendría que haber sido, pero al llegar al atlántico norte nos encontramos el anticiclón más al norte de lo habitual que nos enviaba vientos de este a oeste por las latitudes de la 25 a la 35, lo que nos obligaba a subir hasta las latitudes 40 a 45 para encontrar vientos de oeste a este. Una locura que hacían imposible el cruce del atlántico de la forma tradicional, aprovechando los vientos oeste-este que se forman entre las latitudes 25 a 35.
Por este motivo tomamos la sabia decisión de esperar en Bahamas hasta que la previsión mejorara. Los entendidos en la materia no paraban de decirnos que el atlántico Norte estaba raro. Y así fue. Salimos con la previsión menos mala. Salimos ciñendo durante 6 días para pasar Bermudas por el norte y continuar ciñendo hasta que nos sorprendió el zambombazo que vino del norte y que nos machacó durante 4 horas con vientos constantes de 40 nudos y rachas de hasta 50. Así pasamos prácticamente toda la noche y parte del día siguiente hasta que bajamos hasta la latitud 30 y la borrasca pasó y nos encontramos con 4 días de encalmadas. 4 días que fueron una especie de vacaciones dentro del maratón de ceñidas. Navegando a motor y con el barco horizontal. Cocinando sin tener que sujetar todos los cacharros de la cocina y durmiendo sin tener que apoyar un pie en el mamparo.
Después de estos días de encalmada la previsión pintaba muy bien. Una nueva borrasca que venia por el oeste nos empujaría hacia arriba para llegar ciñendo hasta las Azores. Pero a los dos días de subirnos en la autopista que nos llevaría hasta las azores la previsión empezó a cambiar y por el este nos venía una baja presión que nos iba a traer vientos muy fuertes del norte. En esos momentos todavía teníamos bastante fresco el recuerdo de las rachas de 50 nudos de la anterior borrasca que vino del norte así que decidimos seguir la estrategia mas conservadora y mas dura mentalmente, navegar sin rumbo y tratar de hacer tiempo entre las latitudes 42 y 43 y esperar a que la borrasca pasara. Fueron 3 días de navegar lo más despacio posible, de sacar la trinqueta y subir norte a la menor velocidad posible para no ir demasiado arriba, aun así llegamos a estar mas cerca de Terra Nova en Canada que de Horta en las Azores. Fueron días agotadores de mucho frio en el que las guardias las hacíamos con el barco cerrado y nosotros controlando la intensidad del viento y el AIS acostados en nuestro camarote y con la tablet de Jota.
Una vez pasó esta borrasca ya pudimos poner rumbo a Las Azores y en 5 días llegamos a la isla de Flores y un día después a la ciudad de de Horta.
A partir de ese momento los ánimos cambiaron, ya nos veíamos en la península. Llenamos los depósitos de gasoil a tope y la despensa y la nevera con verduras y fruta fresca.
La travesía de Azores a Gibraltar fue realmente sencilla, los primeros 4 días con vientos portantes y una navegación comodísima y los dos últimos días con navegaciones rapidísimas, llegando a medias de velocidad de casi 7 nudos y singladuras de más de 160 millas.
Y por fin el 27 de Junio llegamos a la península. Tras cruzar el dispositivo de seguridad del Cabo de San Vicente en Portugal, la mañana del 27 de Junio nos despertamos con el Cabo de San Vicente por nuestra banda de babor. Parecía que ese día nunca iba a llegar. La travesía por el Atlantico Norte fue excesivamente dura y agotadora. Llegar a este punto fue sentir que habíamos cumplido nuestra misión. Aun nos quedaban varios días hasta llegar a Valencia pero ya estábamos en casa, ya estábamos en España.
No tengo dudas de que haber realizado esta travesía sin Jota hubiese sido el doble de dura. En el momento inicial mi idea era regresar a España en solitario. A los pocos días de salir de Panamá ya tenía claro que tener a Jota a bordo había sido una gran suerte.
Los dos nos llevábamos bien. Cada uno tomaba sus propias decisiones y ajustaba las velas según su consideración. Ninguno de los dos cuestionaba al otro. Jota tiene mucha más experiencia que yo en navegación. Él navega desde hace 20 años. Yo solamente desde hace 6. Eso se nota a la hora de trimar las velas y en la confianza a bordo. Además de eso, Jota es un excelente cocinero y lo más importante de todo, es un gran optimista, y eso en una travesía de estas características es la cualidad más importante. Tener a alguien recordándote que aun estando jodido todo irá a mejor es una gran inyección de moral.
Otra pregunta típica que me han hecho estos días es si lo volvería a hacer… Si volvería a navegar desde Panamá hasta Valencia. Y la respuesta es depende… Si lo tengo que hacer en las mismas condiciones que lo hemos hecho Jota y yo la respuesta es NO, si lo tuviese que hacer realizando paradas en cada país y esperando en cada país hasta tener una méteo perfecta, en ese caso SI.
Otra de las preguntas que nos hacen es… Y ahora que vais a hacer? Vais a seguir navegando? Vais a quedaros en España? Pues la verdad es que no tenemos ni idea. Solo ha pasado una semana desde que llegamos a Valencia y no queremos tomar decisiones en caliente.
Tanto a Maria como a mí nos ha encantado la vida que hemos llevado los últimos 22 meses navegando por el mundo. Pero ahora tenemos un proyecto de vida mucho más importante y al cual le queremos dedicar toda nuestra energía. Seguramente una vez nazca el bebé y hayan pasado los primeros meses de vida volveremos a replantearnos nuestra vida marinera. Mientras tanto vamos a tratar de disfrutar la vida día a día y sin hacernos muchos planes de futuro porque ya se sabe que los planes a largo plazo se escriben en papel mojado.