No estamos preparados para vivir con la incertidumbre. No saber lo que va a ocurrir en los próximos días o meses genera ansiedad y miedo a la inmensa mayoría de la población. Por lo menos a la mayoría de la población en los países desarrollados. Somos animales de rutinas. Nos sentimos a gusto sabiendo lo que vamos a hacer en los próximos días, con planes para los próximos meses o incluso años. Pero cuando aparece un cisne negro como la actual crisis del Coronavirus, nos damos cuenta de que no podemos controlar nada. No tiene sentido planificar nuestra vida a todo detalle porque en cualquier momento los planes se pueden ir al traste.

Desde que salimos de Gandia en septiembre de 2018 vivimos en una incertidumbre constante. Algunos nos preguntan si alguna vez nos hemos planteado dejar este estilo de vida y la respuesta siempre ha sido la misma: todas la semanas. O por lo menos esta ha sido así durante el primer año de nuestra aventura.

Llevamos más de un año haciendo planes a una semana vista. No voy a negar que al principio la incertidumbre me generaba bastante stress, pero con el paso de los días nos hemos convertido en unos profesionales de la incertidumbre. Y cada vez nos replanteamos menos nuestro estilo de vida.

Hemos cambiado nuestros planes en varias ocasiones y los resultados siempre han sido mejor de lo esperado. Primero decidimos no ir a New York y gracias a ese cambio pudimos conocer a los amigos venezolanos de Grenada. Después volvimos a cambiar de planes y decidimos no quedarnos en Grenada durante la temporada de huracanes y gracias a eso conocimos lugares como Los Roques, Bonaire, Curaçao, Aruba y Colombia. Por último volvimos a cambiar de planes y decidimos no cruzar el canal de Panamá este año y gracias a ello estamos pasando la crisis del Coronavirus en San Blas, uno de los lugares más maravillosos del mundo y junto a grandes amigos.

Hasta llegar a San Blas, la meteorología ha marcado nuestro destino diario y semanal. La vida era tan simple e impredecible como decidir si seguíamos cuando la meteo era favorable o nos quedábamos dónde estábamos si la cosa se ponía fea.

Evidentemente tenemos planes a largo plazo. Como todo el mundo. Pero no nos afectan de la misma forma si de un día para otro, por cualquier circunstancia, los tenemos que cambiar. Teníamos previsto volar a España el 23 de Marzo, pero unos días antes cancelaron todos los vuelos comerciales desde Panamá hacia España. Nuestra reacción podría haber sido la de buscar por todos los medios un vuelo para llegar a España. Sin embargo, nos relajamos y nos dejamos llevar y el resultado está siendo mejor del esperado. Sí, esta claro que podría habernos salido mal y los Guna Yala nos podrían haber echado de su comunidad y tendríamos que estar amarrados en un puerto sin poder movernos de allí. Pero aún así, para nosotros y con nuestro estilo de vida conviviendo en familia 24 horas al día durante mas de 18 meses en poco más de 15 metros cuadrados, no hubiese supuesto ningún problema.

Desde que salimos de España, las abuelas han tratado por todos los medios de conseguir una hoja de ruta de lo que va a ser nuestra vida. Yo creo que a fecha de hoy todavía no se han dado cuenta de que no tenemos una hoja de ruta. Nos movemos por impulsos. Si estamos bien y somos felices, nos quedamos. Si la energía no fluye y necesitamos cambiar de aires, recogemos el ancla y nos movemos. Así de simple.

Es una vida simple, pero es necesario acostumbrarse. Es imprescindible hacer un reset mental y darse cuenta que muchas de las variables de la vida no se pueden controlar y que o te adaptas o sufres. Mucha gente piensa que somos unos privilegiados por llevar la vida que llevamos y la verdad es que nos consideramos unos privilegiados. Pero pocos se dan cuenta de que no es una vida sencilla. La incertidumbre es una variable que hay que saber gestionar y a la cual te debes acostumbrar.

La incertidumbre económica es una de las que peor lleva la gente. A nadie le gusta renunciar al estilo de vida que tanto sudor y lagrimas le ha costado conseguir a lo largo de la vida. Pero posiblemente este sea uno de los mayores sufrimientos de las personas en el mundo desarrollado, el miedo a perder todo lo que se ha ido construyendo a lo largo de los años. Como si la acumulación de riqueza fuese de la mano de la felicidad.

La incertidumbre forma parte de la vida marinera. Un día todo funciona y la vida es maravillosa y al día siguiente empiezan a romperse cosas en el barco como una sucesión de catastróficas desgracias. Fallos en el motor, en el molinete del ancla, en las baterías, en el generador, en el watermaker, etc… Saber que en cualquier momento cualquier cosa puede fallar te hace tener un grado de control de la incertidumbre casi nivel Ninja.

Nunca podemos llegar a estar 100% relajados teniendo la certeza de que nada va a ocurrir. Sabemos que nos vamos a dormir en un mar calmado y sin viento pero somos totalmente conscientes que a mitad noche nos puede tocar recoger el ancla y marcharnos del fondeo porque se ha formado una tormenta y las olas nos empujan contra los acantilados. Siempre tenemos un pequeña parte de nuestro cerebro en alerta para cualquier imprevisto que pueda surgir. El cerebro reptiliano le llaman. Este control de la incertidumbre se mejora con el paso de los días. Se fortalece con el tiempo, como un músculo de nuestro propio cuerpo. Sabemos que estamos bien pero todo puede cambiar en cualquier momento.

Creo que la vida en el mar nos hace ver la vida de otra forma totalmente distinta. Como si nos apuntáramos a un curso acelerado en incertidumbre y obtuviésemos el titulo al año de zarpar.

Podríamos decir que nos resignamos más fácilmente a los cambios imprevistos.

La incertidumbre, entre muchas otras cosas que no nos paramos a pensar durante el día a día, son las que indirectamente estamos enseñando a Sara y a Mia. Es esa educación que no aparece en los libros de texto y que solamente se aprende viviendo la vida y demostrando que la incertidumbre de por si no es mala, solamente hay que saber llevarla.

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